Las asimetrías en el desarrollo artístico entre las provincias, incluso cercanas y de la misma región, quedaron en evidencia con dos producciones muy distantes entre sí, pese a que entre Corrientes y Resistencia (en el Chaco) hay sólo 25 kilómetros.
Mientras que por la primera se vio “Arritmia”, el texto de Leonel Giacometto con tintes de comedia negra, desde la capital chaqueña llegó “Las hijas de Bernarda”, la versión libre del clásico “La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca, refrescado en la mirada de Edgardo Dib. Las comparaciones son tan inútiles como inevitables.
No puede sino leerse la puesta de “Arritmia” como un intento dramático que atrasa en el tiempo, desde la caracterización de dos ancianas de modo burdo, cubriendo con muchas capas de superficialidad la construcción del mundo interior que intentaban proyectar las actrices Mariel Moretti y Blanca Sobol.
Es la historia de dos mujeres solas, en un geriátrico olvidado, con miedos acechándolas y con la necesidad de sentirse nuevamente vivas en medio de tantos recuerdos y ansiedades. El intento no avanza a puerto seguro, sino que naufraga dando vueltas sobre sí mismo.
Por el contrario, los riesgos que asume Dib al poner en escena a una obra archiconocida se sostienen en una puesta en escena sólida y contundente desde lo visual y lo técnico. Sobresalen la escenografía, con máquinas de coser y elementos comunes que se resignifican, los desplazamientos marcados que quedan justificados desde la línea interior o desde una propuesta coreográfica de coro actoral, y una iluminación cuidada que representa las rejas de esa cárcel en que se transformó la casa familiar, en la cual la protagonista confina a sus hijas tras la muerte del padre y por ocho años de luto.
El agobio, los ritos religiosos y sociales y las pulsiones sexuales de las protagonistas quedan perfectamente desarrollados en la obra, aunque las actuaciones están desniveladas. Los más brillantes son los dos hombres que asumen los roles más duros: Javier Lúquez Toledo como Bernarda y Pablo Lezcano como la criada Poncia, que en la última escena dejan las coberturas de lado y se muestran como tales (un giro quizás innecesario, aunque coherente con el momento de despojamiento final), secundados por las hermanas Rocío y Graciela García Loza, como Adela y Martirio, quienes demostraron no sólo condiciones actorales sino también dancísticas interesantes, ya que integran un grupo de teatro danza. El resto del elenco los acompaña un paso atrás.
Historias cercanas
Siete jóvenes protagonizan historias en tiempos de precarización y explotación laboral. Desde la primera escena, despojada de elementos y con un reloj como dominante, se presenta en “Empleados” una obra potente, basada en las actuaciones precisas, ritmo perfecto, versatilidad actoral y juego con el humor, que permite desdramatizar la situación que viven los personajes.
En el listado de empleos indeseables aparecen de todo: repartidor de comida, vendedor de perfumes, personal de seguridad, cajero, encargado de atención al cliente, embalador, un psicólogo que busca pacientes en la calle y varios más van sucediéndose con planteos cuidados que no hacen uso del discurso de denuncia sino de la descripción que permite que cada espectador saque sus conclusiones. La obra muestra y critica sin caer en los estereotipos. “A la intemperie de las vocaciones. Al resguardo de trabajos infames. ¿El trabajo dignifica? ¿El tiempo es dinero?”, se pregunta desde el programa de mano.
Un amor diferente
Desde San Martín de los Andes y en representación de Neuquén estuvo “Quiero decir te amo”, hasta ahora la propuesta más conmovedora de las vistas en la Fiesta. El dispositivo escénico con mínimos elementos que remiten a medio siglo atrás y las actuaciones perfectas se potenciaron para redondear un hermoso espectáculo que demuestra que no hace falta el gran despliegue para asombrar.
La historia de una joven que se enamora de un hombre mayor y comienza a mandarle cartas secretas, que son respondidas por la esposa del varón deseado (él nunca se entera de nada) hasta que surge el amor entre ambas es tratada con tanto respeto, cuidado y belleza que arrasa el corazón. El poco público habilitado para la función rodea a las actrices (magníficas Jorgelina Balsa y Clara Miglioli) a tan poca distancia que se siente invasor de una relación íntima.
Y todo esto sin que ellas jamás se toquen, vean o dialoguen directamente en escena. Son dos mujeres en dos mundos, con monólogos que van entrecruzándose. Así fluye ese profundo y sincero amor, cuidado en forma y contenido poético. Se expresa en toda su magnitud la gran mano del director Juan Parodi en el texto melodramático de Mariano Tenconi Blanco, al que le da un vuelo mucho mayor que en una lectura inicial. Un sólido ejemplo de buen teatro.